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El milagro que hace falta a México



POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA

Luego de la conquista armada, en medio de la tensión entre vencedores y vencidos, tuvo lugar el acontecimiento milagroso más grande ocurrido en las tierras conquistadas en favor de la corona de Castilla y Aragón, gobernadas por el hombre más poderoso que existía sobre la tierra, Carlos I, de lo que luego sería España, y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Diez años después de concluida la guerra entre europeos y sus aliados indígenas contra el poderoso dominio mexica, tuvieron lugar las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

 

Del 9 al 12 de diciembre de 1531, cuando el indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin se dirigía al mercado de Tlatelolco para vender sus mercancías, para luego asistir a escuchar misa en la iglesia de San Francisco, Tlatelolco, tuvo su encuentro con la virgen; ella le habló al noble Juan Diego como una madre habla a sus hijos. Él, sorprendido, atendió su petición y en cuatro ocasiones vio la imagen de la virgen que pidió comunicara al obispo, fray Juan de Zumárraga, que quería le construyera una casita para escuchar, proteger y consolar a sus fieles. Juan Diego se presentó ante el obispo y este no le creyó a la primera, pidió que volviera en otra ocasión con una evidencia.

 

La virgen escuchó a su mensajero que, con tristeza, le decía que no le creyeron y que el obispo tenía razón, porque él era un simple indio, un macehual, persona menuda, humilde, que mejor escogiera a otro emisario. Ella pidió al angustiado Juan Diego que volviera al otro día para darle la prueba que el obispo quería. Solo que al día siguiente Juan Diego evitó encontrarse con ella, porque iba de prisa a Tlatelolco en busca de un padre para que confesara a su tío, Juan Bernardino, que se encontraba enfermo de cocoliztli.

 

Por más que quiso, Juan Diego no pudo ocultarse de la virgen. Ella se presentó ante él: a dónde vas con tanta prisa. Y Juan Diego dijo que iba en busca de un padre que dispusiera a bien partir a su tío, que se encontraba gravemente enfermo. Nuevamente lo consoló: escucha bien hijo mío, no te aflijas, ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu madre? ¿acaso no estás en mi regazo? ve con el obispo que tu tío ya está sano. La virgen se había aparecido a Juan Bernardino y lo curó de su mortal enfermedad. Esa fue la quinta aparición de la virgen que tuvo lugar en Cuautitlán, donde está la iglesia del Cerrito, en el Barrio de Tlayacac.

 

Como se lo ordenó la virgen, Juan Diego recogió las flores, la virgen las colocó en su tilma y partió con el obispo que, al mirar las rosas, se arrodilló, lloró al ver la imagen de la virgen estampada en el ayate de Juan Diego. A pocos días del milagro de las apariciones, el obispo Zumárraga fue a conocer el lugar para construir la casita que la virgen había pedido. Ahí donde hoy está la Basílica de Guadalupe.

 

Desde entonces, la Virgen de Guadalupe sigue uniendo a México, sigue estando en los grandes acontecimientos de la historia del pueblo mexicano: en las sequías, en las inundaciones, en temblores y en las epidemias. En medio de la violencia que golpea al país su presencia es inevitablemente fundamental, para mitigar el dolor que provoca el crimen organizado. Dolor que ahora es botín de candidatos para ganar elecciones.

Miles de muertos no han significado nada a los políticos. Hace falta un nuevo milagro de la Virgen de Guadalupe y de su embajador San Juan Diego.

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