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Partidos del adiós

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    Redacción: La Noticia Es
  • 27 oct
  • 3 Min. de lectura
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POR NORBERTO HERNANDEZ BAUTISTA:


En distintos momentos el PRI vivió reformas, transformaciones y ahora está en la etapa de su desaparición. Antes de 1982, decía ser el partido de la revolución mexicana, sus sectores representaban el modelo político seguido desde su fundación en 1929 hasta la sucesión de José López Portillo y Miguel de la Madrid. En escasos tres años, de 1988 a 1991, quedó en el olvido su pasado revolucionario para adoptar categorías como liberalismo social, neoliberalismo, reforma del Estado, privatización, fin del ogro filantrópico y asumir el nuevo discurso de la modernización.

El presidente Carlos Salinas de Gortari no se sentía identificado con el PRI, porque su origen no correspondía a los nuevos tiempos de la globalización y del tratado de libre comercio. Entendía que era una estructura que simulaba, que decía tener células de movilización en cada rincón del país, pero a la hora buena fallaron; es más, en lo personal sabía que lo habían traicionado y votaron por Cuauhtémoc Cárdenas. Siempre supo que ellos fueron los responsables que a la fecha prevalezca la idea que no ganó, que cometió un fraude de dimensiones gigantescas para quedarse con la presidencia del país.

Su sexenio corrió en vías separadas al PRI, nunca juntos; no le servía, porque era un partido tan vacío como manipulable, según lo instruyera el presidente de México. Disciplinado, útil, pero tan falso que a la voz del presidente adoptaba la forma que se instruyera, defendía lo que fuera, sin importar el costo social. El presidente instruía y se acataba. Para no volver a vivir los tragos amargos de las elecciones de 1988, Salinas creo su propio partido, sus propias estructuras de movilización para ganar la mayoría en la cámara de diputados y no poner en riesgo la continuidad de su gobierno. Creo Pronasol y todo quedó cubierto. Los dueños de los medios tradicionales de comunicación quedaron a gusto con el salinismo. Desempeñaron la función de voceros y replicaron las acciones de esa administración. En 1991, Salinas subió a la cumbre. No creía en el PRI ni los priistas. Se alió con el PAN y gobernó con él.

En la sucesión presidencial de 1994 puso a Colosio. Lo asesinaron. Con facilidad nombró a Zedillo y a quien intentó rebelarse, lo sacó de la jugada. No eran los priistas los que decidían el rumbo, el presidente decía que hacían y por dónde. Una vez que las elecciones presidenciales fueron ganadas por el PAN, el poder lo tuvieron los dueños de los medios de comunicación. Los panistas fueron tan malos que mejor regresaron al PRI. Crearon, con éxito, a un candidato y ganaron su presidencia del país. Hicieron lo mismo con los gobernadores, porque todos se veían presidenciables. Para mantener viva esa condición había que estar cerca, para mandar las señales correctas.

El PAN ya había tenido su oportunidad y no pudo o no supo cómo separar el poder político del económico. Sus dos sexenios fueron de total subordinación a los poderes fácticos. “Estás ahí por nuestro apoyo, porque combatimos a López Obrador, pero si te insubordinas seremos tus peores enemigo”. La amenaza funcionó y nunca pudieron gobernar sin pedir el correspondiente permiso, unos le llamaron cabildeo y otros aceptar la línea. Si hacían lo que los patrones pedían, todos pregonaban que se gobernaba por consenso. ¡Qué tiempos carajo!

El PRI y el PAN no viven en crisis a partir del triunfo del Lopezobradorismo. Ya padecían su inoperancia desde 1988 cuando decidieron hacer una alianza política, más allá de los procesos electorales. Si ganaba uno, el otro no perdía, tampoco sus patrones. Solo que ahora han perdido todos.

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Por: Juan Gabriel González Cruz

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