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    Redacción: La Noticia Es
  • 6 may
  • 3 Min. de lectura


POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA

La clase política del PRI, luego de setenta y un años de estar en el poder, se sintieron cómodos tras su derrota. Las prácticas aprendidas durante décadas de autoritarismo terminaron por imponerse. El presidente había ganado una elección, pero el control político del país lo conservaron los priistas y sus grupos afines. De acuerdo con Omero Campa, con la alternancia foxista el progresivo debilitamiento del Estado que propició vacíos institucionales, fueron llenados por poderes fácticos, legales o ilegales: monopolios empresariales, cacicazgos regionales, el corporativismo sindical y, sobre todo, el narcotráfico y el crimen organizado.

 

Roberto Rock, al referirse a los dos presidentes emanados de Acción Nacional, Fox y Felipe Calderón, apunta que ambos lograron una doble proeza: Echaron al PRI de Los Pinos…, pero no tomaron el poder real y lo regresaron casi intacto. El contrapeso de los gobernadores priistas, el control del oficialismo sobre el Congreso y la incapacidad de los gobiernos panistas ante los poderes fácticos —desde los monopolios hasta el crimen organizado, pasando por los cacicazgos sindicales— condujeron a un status quo que permitió al PRI perder la Presidencia, pero conservar enormes cuotas de poder.

 

En el caso de los gobiernos estatales, pronto se fortalecieron de la falta de habilidad política de la alternancia panista. Son los que verdaderamente dieron un adiós al viejo sistema de partido único y de presidencialismo a ultranza. Pasaron del sometimiento a la figura presidencial al control total de sus entidades, tanto en el ámbito político como en el económico. La metamorfosis los trasladó de súbditos sumisos y obedientes a virreyes con pleno control de sus territorios estatales. Ya no fueron designados por el presidente en turno; ellos tomaron el papel de gran elector al imponer a su sucesor, normalmente, el más disciplinado, el que garantiza el silencio cómplice que los políticos llaman lealtad.

 

La debilidad presidencial evaporó el poder el Estado. Sin mayoría en el Congreso para sacar adelante sus iniciativas, los negociadores de la administración foxista cedieron todo a cambio de apoyo político. Los ganadores indiscutibles fueron los gobernadores que contaban con el dominio de las cámaras de diputados locales de sus estados para aprobar lo que quisieran con el dinero del presupuesto federal.

 

De acuerdo con Jorge Castañeda: Los gobernadores (…) se llevaron su parte del pastel: enormes sumas de recursos sin etiquetar y sin fiscalización, muchas gastadas en naderías, desde coches y viajes caros hasta programas de obras públicas muy vistosas pero innecesarias. Los gobiernos del PAN, como sus predecesores del PRI, prefirieron la unanimidad a la confrontación y pudieron comprarla. Pero el precio fue alto. Una porción considerable del 17% que se gastó en estados y ciudades, o en proyectos locales baladíes de sus gobernantes se pudo haber invertido en áreas de la economía que sí generaran crecimiento.

 

Los gobernadores más que ayudar al presidente, se organizaron para desgastarlo, sabotearlo, hacerse los disimulados ante el reto de la seguridad. Uno de los instrumentos fue la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), constituida formalmente en julio de 2002. Las prácticas del presidencialismo sobrevivieron, tuvieron vigencia y continuidad en las realidades estatales.

 

Esta tendencia liberalizadora del yugo del centralismo fue una ventaja comparativa que, en una línea paralela, también aprovecharon las organizaciones de narcotraficantes. Pronto se dieron cuenta de lo atractivo que resultaba el hecho que los mandatarios estatales asumieran el control del poder local. Siempre al acecho, los narcotraficantes adaptaron su actividad criminal a las nuevas circunstancias de la alternancia política nacional. Con agilidad y sorprendente velocidad se conviertieron en un poder ilegal paralelo al Estado, sometieron extensiones del territorio nacional a su libre albedrío.

 

Continuará…

 
 
 

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Por: Juan Gabriel González Cruz

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