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NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA
NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA

POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA 

A pesar de la cobertura mediática sobre la vida, carrera política, las obras y las acciones de un hombre llamado Andrés Manuel López Obrador es poco lo que se sabe sobre él, su familia, sus orígenes, valores, formación profesional, convicciones y todo lo que rodea la figura de un líder transformador, querido por el pueblo, odiado por sus adversarios, menospreciado por los hombres de poder, incluidos políticos y empresarios poderosos.

 

Por décadas, lo que se difundió sobre el líder tabasqueño, Andrés Manuel, fue para denostarlo, presentarlo a los ojos de las grandes audiencias de televidentes como un revoltoso, un agitador, de un enemigo de la paz pública; en suma, de un militante perredista beligerante, que carecía de razón, que bloqueaba pueblos, avenidas, calles e instalaciones de la paraestatal Petróleos Mexicanos (PEMEX) porque quería dinero, extorsionar al gobierno a cambio de parar sus protestas.

 

Lo atacaron sin piedad, sin tregua y sin escatimar recursos económicos, técnicos, políticos ni de los grupos empresariales cupulares. Era el enemigo de todos y de todo. Su causa dejo de ser una más para ser materia prima de los ataques a todo movimiento progresista. Burlas, ofensas, intrigas y novedosas de estrategias de desgaste hacia su persona fueron constantes que terminaron por construir la imagen de un enemigo público altamente rentable para la justificación de los usos, abusos, costumbres del régimen político mexicano autoritario, que armonizaban el sistema de partidos, principalmente el PRI y el PAN, las leyes electorales, los cambios constitucionales, el modelo económico, las cámaras empresariales, los sindicatos, las iglesias, los medios de comunicación, periodistas, analistas y académicos conocidos como las plumas del gobierno.

 

Estar en su contra, criticarlo, exhibirlo de las peores maneras se convirtió en causa común para mandar un mensaje contra el comunismo, la izquierda y todo lo que no estuviera en favor del sistema presidencialista, sus aliados y promotores. Era el pejelagarto, el modelo de la izquierda destructiva, el revoltoso que estaba en contra de México, del progreso, de las libertadas que ofrecía y garantizaba el modelo neoliberal, donde todos podían ser ricos, poderosos, viajar, tener coches último modelo, estar guapos, güeritos de cabellos rizados, como los personajes de las telenovelas.

 

Había que atacarlo para evitar que llegara a México el comunismo soviético, el autoritarismo chino o el modelo cubano de Fidel Castro. Era el hermano gemelo del venezolano Hugo Chávez; eran iguales, encarnaban al diablo en persona. Lo peor de la política no era el PRI, era Andrés Manuel. Una amenaza a las buenas costumbres, al buen vivir en un país donde los pobres eran pobres porque querían, no por falta de oportunidades.

 

Se era pobre por elección; es decir, la pobreza reflejaba el respeto a la libertad del modelo neoliberal, instaurado por Miguel de la Madrid, Salinas y Zedillo. El Fobaproa no fue un robo a la nación, fue una elección de legisladores del régimen para defender a sus ricos. Los querían ver en las portadas de las revistas del jet set y en las listas de los más acaudalados del mundo. ¡Qué orgullo ver triunfar a esos mexicanos millonarios!

 

Mientras una minoría representaba a los más encumbrados de la élite política y empresarial, los cinturones de miseria crecían, la mayoría cercada bajo barrotes de sobrevivencia. Todo el aparato del Estado presidencial priista sigilosamente fue diseñado para proteger a los más poderosos que se repartían la riqueza nacional a manos llenas. La pobreza y marginación se ocultaba, los medios de comunicación manipulaban la conciencia nacional. Eran los tiempos de “La Ciudad Más Transparente” de Carlos Fuentes y del dogma neoliberal: “no les des pescado, enséñales a pescar”.

 

Continuará…

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Por: Juan Gabriel González Cruz

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