POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA
Como sucedió en diversos países del mundo, en México se discutió sobre la reforma del Estado. En particular, el debate cobró relevancia durante el sexenio del presidente Miguel de la Madrid, con la designación de Carlos Salinas de Gortari como candidato del PRI y su posterior protesta como presidente de México se pasó de la discusión a rediseñar el nuevo tamaño del Estado; en realidad se redimensionó a través de la privatización de empresas públicas a manos de particulares.
El diseño del poder político originado durante la revolución mexicana llegó a su fin. Los nuevos arquitectos del tamaño del Estado ya no debían su formación a las causas revolucionarias, ahora eran educados en universidades del extranjero, en particular, de los Estados Unidos. Pasaron de hablar del nacionalismo revolucionario al liberalismo social y a sustituir la ideología de la primera revolución social en el mundo, que fue la mexicana, por la ideología del mercado. El nuevo lema era “tanto gobierno como sea necesario y tanta iniciativa privada como sea posible”. Para cumplir ese postulado del neoliberalismo se fueron a la fácil, vender los bienes de la nación y formar un capitalismo de “cuates”.
Pronto México formó a una nueva clase empresarial que logró colarse entre las más ricas del mundo. Las facilidades otorgadas por el gobierno mexicano a una pequeña minoría de privilegiados marcaron una tendencia donde el poder político dejó de estar en manos de políticos para quedar bajo dominio de los nuevos dueños de las empresas públicas, de las organizaciones empresariales y del reducido grupo de los hombres de negocios del país. Dramáticamente, el poder político quedó subordinado al poder económico. Ahí acabó el poder del presidente en turno.
El Poder Ejecutivo dejó de representar a la mayoría de los mexicanos, se rompieron los equilibrios. El único perdedor fue el pueblo al que dejaron con la aislada esperanza que un día la selección nacional de futbol fuera campeona del mundo. Ni cómo olvidar aquella cartulina del niño que las cámaras enfocaron durante un juego de México en el mundial del 86: ¡queremos goles no frijoles! El presidente Salinas desplazó a la llamada vieja guardia de políticos priistas; en su lugar puso a un grupo de amigos que se hicieron del poder político y del poder económico, sin ninguna consideración hacia los más necesitados. El pueblo era Margarito, el que siempre perdía. El juego terminaba con un ¡Lástima Margarito!
Con cierta soberbia, y no poco cinismo, pregonaban: “¡al pobre no le des pescado, enséñale a pescar!”; Mientras ellos se daban gusto saqueando las arcas nacionales. Controlaban el ejercicio del gasto a través de licitaciones amañadas que siempre favorecían a sus empresas y de socios. Las manos de los políticos fueron untadas con el bálsamo de la corrupción, pero también les dejaron la tarea de hacer el trabajo sucio, para que todos salieran ganando. Que fueran presidentes, gobernadores, legisladores o dirigentes de partidos no importaba. Su único compromiso era aprobar reformas que garantizaran el robo a la nación; eso sí, respetando la constitución y el Estado de derecho.
La aprobación del Fobaproa es el más burdo ejemplo de sus abusos. Fue un atraco gigantesco, donde la deuda de un reducido grupo de banqueros y empresarios se hizo pública por acuerdo del PRI y el PAN. De esa deuda se deben, a valor presente, un billón 300 mil millones de pesos que paga el pueblo, al que pedían enseñar a pescar. Con la reforma al Poder Judicial eso se acabó. El peje logró reformar el poder. Por eso, sus detractores están encabronados y se van a defender como perros.
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