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Reforma Electoral. Cereza guinda

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    Redacción: La Noticia Es
  • 10 ago
  • 3 Min. de lectura
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POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA:


No, desde luego que no tienen razón, menos la razón política. Ahora si la interpretamos en el orden de razón de Estado tampoco la tienen. El nuevo orden mundial, implica que México tenga un esquema político, jurídico y administrativo que garantice la operación institucional con eficiencia en, al menos, dos órdenes básicos: en el plano interno con un mando sólido y fuerte y, en el otro, para dar confianza y garantías en un nuevo contexto geopolítico integrado por China, Rusia, Estados Unidos e India. Cada uno de estos países tiene su característica que lo hace fuerte. Ya no es solo el poder militar, es también económico y un factor más que es determinante, los tres cuentan con soberanía tecnológica.

Frente a esta realidad, el pataleo de la oposición para detener la reforma electoral que propone la titular del Poder Ejecutivo son acciones que exponen su limitada visión política y proyecto de nación. Decir que la democracia esta en riesgo, que se amenaza la pluralidad y que corre un riesgo el órgano electoral solo es echar mano de un abanico discursivo desgastado por repetitivo como ineficaz. Lo que va a desaparecer es el procedimiento legitimador del ejercicio del poder del viejo régimen; ese que perdió las elecciones en 2018 y que no pudo recuperar el terreno perdido en los siguientes procesos electorales. Más aún, les fue peor.


Berrinches, estupideces y una sarta de tonterías que provoca el rencor “al peje” han incrementado su lejanía de lo que consideran su base electoral.


Hasta ahora, Morena y sus líderes históricos han ganado los comicios federales y locales con las reglas aprobadas por el PRI, el PAN y los grupos económicos.


Los arreglos del poder que cobijaron al régimen siguen vigentes y eso, desde la lógica del poder político no es posible. Mal estaría la presidenta si no impulsa una nueva reforma electoral para definir las nuevas reglas del juego en la lucha por la integración de los poderes públicos. Sería un error histórico no hacerlo. Así operó el PRI en los tiempos del país de un solo hombre. Luego compartieron su continuidad con el PAN, partido que ganó elecciones presidenciales, pero nunca el poder. Ese estaba en otro lado y no precisamente en sus presidentes Fox y Calderón.


El líder Andrés Manuel López Obrador construyó los cimientos del cambio de régimen. En algún momento el contrapeso real de la oposición se trasladó y lo ejercicio el Poder Judicial que no estaba en manos ni del PRI ni del PAN. El dominio lo tenían los jefes reales de esos partidos. López Obrador leyó bien el núcleo duro de la última trinchera de sus adversarios. Se aplicó con seriedad, no paró de recorrer el país, sus mañaneras fueron letales como vínculo permanente con su base electoral, de movilización y replicadores de su mensaje.


Los desnudó en lo más profundó y lo hizo público. Cada que lo atacaban, respondía con contundencia. No tuvo un rival de su altura política, simplemente la oposición no lo tenía y sigue sin tenerlo. Revivieron a Zedillo, Salinas, periodistas y medios disminuidos por las redes sociales. Todos ellos personajes del mundo feliz que vivieron y que no regresará. No aceptan que no es solo México, es el mundo el que ha cambiado y escribe sus nuevas reglas de convivencia.


La reforma electoral es en favor de ese contexto internacional. Los dueños del viejo régimen se engolosinaron con el poder, lo corrompieron a niveles de exceso y lo perdieron. No tienen con qué detener ni con qué negociar la aprobación de las nuevas reglas del juego político institucional.


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Por: Juan Gabriel González Cruz

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