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LABORATORIO ELECTORAL

¿Dónde quedan las identidades partidistas?
Por Efrén Ortiz Alvarez
Quienes están familiarizados con las contiendas electorales saben perfectamente lo determinante que resultan factores como el desempeño y perfil de los candidatos, la movilización de las estructuras, las estrategias de marketing, o incluso, los efectos y reacciones que en determinado momento pueda traer consigo un fenómeno inesperado.
Bajo esa lógica, se sabe también que falta casi un año para las próximas elecciones en el Estado de México y que hasta entonces muchas cosas pueden pasar; pero con todo ello, también podemos asegurar que una proporción de ciudadanos ya definió el sentido de su voto y que desde hoy goza de una relativa certeza respecto al recuadro que tacharán en su boleta el próximo año, aun y cuando desconoce de propuestas y de candidatos. Nos referimos al tipo de elector que posee una clara identidad partidista y que es un importante soporte de lo que conocemos como el “voto duro” de los partidos.
Las dimensiones que guarda este fenómeno siempre han sido objeto de debate, pues mientras algunos han llegado a señalar que las campañas electorales tienen un impacto limitado en los resultados electorales —toda vez que el elector a decidido a priori el sentido de su voto—, otros presumen que las campañas siempre resultan determinantes para definir el rumbo de una elección.
En todo caso, ¿cuáles son las condiciones que hacen propicia la adopción de una identidad partidista que se traduzca en una firme lealtad hacia un partido político? Factores como las experiencias personales, el contexto social e, incluso, las condiciones fisiológicas de los individuos —los jóvenes tienden a simpatizar más con ciertas expresiones que suelen ser contrarias, por ejemplo, a las preferencias de personas de la tercera edad— pueden influir significativamente en el desarrollo de una determinada identidad partidista. Dicha identidad no debe confundirse con la simpatía hacia un partido político o la mera intención del voto —lo que en ocasiones pretenden medir algunas encuestas—, dado que la primera se construye a partir de un fuerte vínculo psicológico y perdura al largo plazo, en tanto que las otras nos remiten hacia una temporalidad más corta —a veces reducida a una sola elección.
Circunstancias como el creciente transfuguismo o la práctica cada vez más frecuente de alianzas “antinatura” son muestra de que las identidades se están diluyendo, o cuando menos, reconfigurando. Se dice que el escenario político se está polarizando en dos grandes bloques; lo que no muchos perciben es que los ejes que sostienen dichos bloques se sitúan sobre una base ciertamente frágil, construida en su mayoría sobre la popularidad o impopularidad de una sola persona: Andrés Manuel López Obrador. Pero… ¿y luego?
La dinámica de que los partidos se definan a partir de lo que hace o dice una persona puede conllevar a que su identidad se vea dinamitada en la medida en que dicha persona esté presente o ausente. No hay que perder de vista que, si bien el hombre hace a las instituciones, las instituciones sobreviven al hombre. Luego, entonces, si la institución no sobrevive, quiere decir que no había propiamente una institución, sino probablemente un hombre. Lo que hoy tenemos enfrente, solo el tiempo nos lo podrá corroborar.
En todo caso, esta es una oportunidad excepcional para que florezcan fuerzas políticas que, impulsadas por un posicionamiento que trascienda la dialéctica que ha monopolizado el debate en este país durante los últimos años, ofrezcan a los electores la posibilidad de identificarse con algo verdaderamente distinto. Usted juzgue.